ningún ratón en el mundo
construiría una trampa para ratones
Albert Einstein
Dos sujetos están sentados en sillas de playa, de un hotel centenario, remodelado hace poco. En uno de los salones del hotel se realizaba un coloquio. La mayoría de asistentes estaban dispersos, varios se habían quedado esperando por presentar sus opiniones a los panelistas. Otros, aprovecharon el receso para ir al baño mientras se acondicionaban unos preparativos inherentes a la próxima mesa de discusión; a decir, cosas de rutina: revisión del nuevo sistema interno de filtración y purificación, mantenimiento de las cámaras de desinfección en las puertas, inspección de los sellos aislantes y membranas captadoras de partículas. Cada hora llegaba gente nueva, fingían estar interesados; cualquier pretexto era bueno para respirar, por pocos minutos, aire puro de alta calidad. Había panelistas que fumaban dentro de unas cápsulas herméticas, en las que la nicotina era soltada, a manera de vapor de agua, de a poco, a través de una rejilla. Varios habían vuelto al estacionamiento, no los dejarían ingresar de nuevo. Tocaban la pintura resquebrajada de sus automóviles, también revisaban cada saliente, fisura, hueco o posible punto por el que podría atravesar el exterior. La ventaja de la piscina del hotel era su infraestructura transparente; daba la sensación de casi estar al aire libre, en un parque o algo así, pero con las debidas medidas de bioseguridad.
–¿Te pareció bueno el homenaje?
–Decente, un poco pretencioso. Al menos me obligó a levantarme de la cama y salir.
–¿Cómo están las cosas por allá?
–Típicas. El lunes, mi cuadro depresivo cambió de bueno a regular. ¿Qué otra cosa podía hacer? La última planta de mi jardín completó el ciclo de color amarillo y luego se hizo polvo. ¡Cómo no iba a ponerme mal!
–Si quieres te puedo regalar una orquídea de polímero. Me enteré de ese nuevo almacén por una publicidad que me llegó a través de la red intraocular. No me debitaron el pago directamente de mi fondo mensual de indemnización y me llegó en tres días; según la garantía, solo es necesario mantenerla en un hornillo de desinfección por unas horas y luego ya empezar a disfrutarla. Suelta un aroma relajante. Voy a pedir una para que te la entreguen.
–Gracias, muy amable.
–Pero cambia esa cara, hombre, disfrutemos de este momento.
–Hablas como los Predicadores de la Felicidad, ya no los soporto.
–Es que no tenemos de otra, si prolongas tu depresión, te van a trasladar al Distrito 8-B, ¿acaso quieres morir ahí?
–Es preferible a esta situación.
–¿Acaso conoces lo que sucede en ese distrito?
–No, pero me lo imagino.
–Escucha, son costosos tanto el mantenimiento como la limpieza diaria de una vivienda. Se disculparon lo suficiente por la Gran Catástrofe y han hecho todo lo posible por congraciarse con nosotros, pero todavía somos muchos. Yo defiendo que las horas de convivencia, en los espacios comunitarios, deberían ser más extensas, pero están haciendo todo lo posible para que esto sea pasable. No me malinterpretes, no lo digo por ti, lo digo por los otros. Quizás unos miles menos y alcanzaríamos un equilibrio. Pero tú deberías cuidarte más, si en una inspección sorpresa se dieran cuenta de que tus niveles están bajos y de que tu depresión se recrudece, ten por seguro que no les va a temblar la mano y te enviarán al distrito. Recuerda que no hay manera de volver de aquel lugar, estarías condenado a morir.
–Llegados a este punto creo que lo preferiría, preferiría eso; si no fuera un cobarde ante el dolor físico, saldría desnudo al exterior en este preciso momento.
–¡Calla! Te pueden oír, no seas estúpido. Esa gente suele infiltrarse en los espacios comunitarios y cazar a los insatisfechos o depresivos.
–Lo último que me sostenía se derrumbó.
–Sé que la extrañas, yo también la extraño. Y a fin de cuentas por eso estamos aquí.
–Hasta eso nos quitaron de nuestra humanidad.
–Seguir culpándolos no va a solucionar nada, solo fuimos una parte del efecto.
–Una diminuta nación que recibió directamente los estragos de esa nefasta y terrible guerra de las grandes potencias.
–Víctimas.
–Tú y yo, culpables, todos culpables, desde el primer simio que fue abducido y regresó con un cerebro evolucionado. Nuestra parte animal heredó ese gen de perversidad que terminó condenándonos, según explicaron los científicos, y ahora ni siquiera podemos ver o despedir a los muertos como se debe.
–Pero nos dejan homenajearlos de múltiples formas.
–No entiendo tu conformismo.
–Ganamos una nueva oportunidad para no repetir los errores pasados y progresar hacia un bien común. Una buena actitud hace la diferencia. ¡Somos el übermensch!
–¡Estúpido! Esa es una de las frases publicitadas por los Predicadores de la Felicidad. Eres un cliché con piernas.
–Solo digo que pongamos de parte, no quiero perderte, eres de los pocos amigos que me quedan de los años anteriores a la catástrofe.
–Mejor cómprate otra planta.
–Estás insoportable, ella estaría decepcionada de ti.
–¡Calla, bastardo!
Dos miembros del grupo de seguridad del hotel fueron los primeros en intervenir. Uno de ellos, con un bastón antimotines, electrificó a los hombres, que se revolcaban en el piso. Pidieron refuerzos a través de un dispositivo de comunicación. En menos de una hora se notificó a las autoridades encargadas sobre el incidente. Se solicitó una base de datos de los ciudadanos de segunda clase involucrados y sus antecedentes previos a la Gran Catástrofe. El caso fue llevado al quinto juzgado distrital. Un programa informático recogió los documentos ingresados y los procesó, en dos minutos se emitió dictamen. Para uno de los ciudadanos se ordenó una semana de reinserción en un campamento de los Predicadores de la Felicidad; para el otro, en cambio, se pidió la visita de un agente para que corroborase los indicadores de depresión, de asertividad, de relaciones interpersonales y de orientación al logro, almacenados en el domicilio del investigado, y compararlos con los niveles detectados durante el arresto. Si la evaluación resultaba afirmativa, se procedería con el traslado del imputado al Distrito 8-B; caso contrario, se ordenaría tres semanas de reinserción. La agente de turno recibió una nueva escafandra de exteriores y procedió a salir de la jefatura. En casa, el investigado estaba bajo vigilancia; aceptó una llamada intraocular.
–¿Me perdonas?
–Déjame en paz.
–Fue mi culpa.
–Termina con esto y déjame en paz.
–Tú fuiste quien empezó, tú lanzaste el primer golpe. He tenido que utilizar solución antiinflamatoria en el pómulo.
–Dije que me dejaras en paz, quiero permanecer tranquilo los últimos minutos que me quedan aquí.
–¿A qué te refieres?
–No te hagas el tonto. Bien sabes que mis indicadores no son buenos, sumados al incidente, me han hecho ganador de un boleto de primera clase al maravilloso Distrito 8-B.
–Tan mal no está la cosa, puedo hablar con un abogado muy amigo, puedo decir que yo fui quien te provocó, que yo inicié la pelea.
–No te esfuerces, a fin de cuentas, esto es algo que yo mismo me lo venía buscando. Debería agradecerte, el incidente aceleró las cosas.
–No más. ¡Déjame ayudarte!
–No quiero tu ayuda.
–Voy para allá.
–Ni siquiera lo intentes, estoy vigilado y cualquier cosa que hagas solo será interpretada como una interferencia en el veredicto de esa bendita inteligencia artificial.
–Pero el abogado…
–Sabes que los dictámenes son inapelables, los abogados solo son un adorno para conseguir ciertos privilegios, pero no tienen potestad.
–Fue mi culpa.
–Deja de lamentarte.
–Primero ella y ahora tú.
–Es tu oportunidad dorada de hacer nuevos amigos; eres simpático, saludable, inteligente y con una buena profesión. Cualquiera te querría a su lado. Estoy seguro de que, en poco tiempo, serás ascendido a ciudadano de primera clase; podrás llevar contigo a una familia y a dos amigos, no importa que sean de clases inferiores. Tranquilízate. Tienes todo un futuro por delante.
–Pero acabo de condenarte.
–Ya te lo dije, yo mismo me lo he buscado. Perdóname por los golpes.
–Hablé de más.
–Nunca debiste mencionarla, pero ya está. ¿Recuerdas cuando nos reunió para contarnos acerca del premio?
–Fue un año antes del desastre, cuando vivíamos en la anterior normalidad.
–Exacto, no sopesamos las cosas. Nadie pensó que las amenazas se concretarían. En fin, éramos felices. Nunca hubo ceremonia de premiación.
–La mejor poeta de nuestro extinto país.
–Fue magnífica, siempre supo cómo ganarse a la gente. Poesía descarnada.
–Una mente lúcida, perfecta.
–No tuvo un mínimo rasgo de compasión con el lector, no le sobraba ni una sola palabra a sus versos.
–Poesía dura y lacerante.
–De profunda belleza y de enorme sensibilidad.
–Su madre nos quería, y sus hermanos también. Esas reuniones…
–Claro, la señora fue cantante y escritora satírica. Una familia culta.
–Y cómo la conocimos, ¿no?
–Fue por el Inca.
–Es verdad, el Inca nos la presentó.
–Por aquel entonces andaban de novios, ella lo alejó de los pinceles y le enseñó a leer poesía. Fue una poeta adulta en un diminuto cuerpo de adolescente.
–Tú no quisiste que se casaran.
–Yo la amé desde el primer momento.
–Y el Inca te rompió la cara.
–Quedamos iguales, luego nos emborrachamos, ¿por qué pelear por un mal común? Yo la amaba y estaba bien; él la amaba y estaba bien. Él pudo casarse con ella, fueron felices.
–Todavía no me entra en la cabeza por qué no la buscaste cuando enviudó.
–Por respeto al Inca.
–No te lo creo.
–Por cobar…
–¡Qué sucede!
–Son ellos, han venido por mí. Aún tengo algo de tiempo, la puerta de entrada está asegurada hasta que preparen todos los protocolos y empiecen con las desinfecciones.
–¿Qué piensas hacer?
–No lo creerías.
–No vayas a hacer una estupidez.
–Adiós, querido amigo, siempre estarás en mi mente junto con ella, dentro de mis recuerdos de días mejores.
–¡Detente! No hagas nada.
–Te va a ir muy bien en esta nueva realidad, no te preocupes. Quizás y sí existe el Cielo del que aún hablan unos pocos fieles de aquella religión que alguna vez profesamos.
–¡Monod!
Resulta peculiar cómo se representa la explosión de un planeta en las películas de ciencia ficción. Este, se va resquebrajando tal como si fuera una esfera de cristal que ha sido impactada por algo, una esfera a la deriva en el silencio del espacio exterior. A veces, emergen incandescencias desde lo profundo del núcleo del planeta; usualmente aparece una luz cegadora. Pero siempre se trata de una esfera de vidrio que se va resquebrajando hasta convertirse en partículas tan diminutas como polvo de estrellas, o polvo de cuerpos cremados.
Sankichi Tōge fue un famoso poeta japonés que sobrevivió a la bomba atómica que cayó sobre la ciudad de Hiroshima, la mañana del 6 de agosto de 1945. Debido a la radiación a la que estuvo expuesto, falleció a la temprana edad de treinta y seis años. Escribió:
«…poco después, una línea de cuerpos desnudos caminando en grupos, llorando
con la piel colgando como harapos
manos en pechos
pisando materia cerebral desmoronada
ropa quemada cubriendo caderas»
Asombroso cómo un cuerpo sólido y pesado (un cenicero de bronce) fue capaz de quebrar y atravesar un cristal relativamente grueso con tanta facilidad. Cristal de una antigua escotilla de ventilación que nunca fue asegurada. Lo curioso del momento: una presencia mortal, tóxica e invisible, que no demoró en ingresar del exterior; una presencia capaz de pulverizar los pulmones al ser inhalada; suficiente como para corroer la piel humana hasta desvanecer toda la epidermis. Lo que quedó fue una figura horrenda a la espera de los respectivos peritajes.
Neal Moriarty
Máster en Estudios de la Cultura por la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Quito. Fundador y director de la revista literaria Matapalo. Autor de DisTinta mirada, poetas ecuatorianas (2022). Ha publicado la novela 47-Ojos (2022). Sus poemas y cuentos han aparecido en revistas de Ecuador, México, Canadá y Chile. Segunda Mención Honrosa, Categoría Poesía, en el XVII Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro, Chile. Primera Mención de Honor en el III Concurso Nacional de Poesía David Ledesma, Ecuador. Ganador de la Categoría Dolores Veintimilla de poesía del Premio Benjamín Carrión, Ecuador. Ganador de la categoría poesía del concurso internacional Fuego de Letras, Chile.
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