Íncubo – Marcelo Chávez

GESTACIÓN

Dos días antes, en la mitad de la selva, por un desperfecto del motor de mi canoa, tuve que pasar la noche en ese inhóspito paraje en medio de la oscuridad. Detrás de cada rama percibía ojos que me miraban y sonidos de insectos por todos lados. Sentí un aguijonazo en mi cabeza. A pesar de mi pronta reacción, no pude hacer nada. Todo parecía normal. Miré por entre el follaje del bosque a la inmensidad del cielo, me sentía a mí mismo como  un pequeño punto en medio de un océano verde.

Con el paso de los días, se ha formado una protuberancia en el lugar del pinchazo. Me produce prurito y dolor. Las punzadas que siento son más frecuentes y agudas, por lo que he tenido que recurrir a calmantes. Cada vez que me baño de manera meticulosa, uso abundante jabón con la idea de matar cualquier bacteria o cosa que haya entrado en mi cabeza. 

Son seis días desde que comenzó todo. Es imposible resistir el dolor. Siento a esa cosa avanzar taladrando como un topo que en su camino lo destroza todo.

Recurrí por ayuda médica al hospital de enfermedades tropicales, situado en la capital de la provincia. Allí me atendió uno de los médicos especialistas quien me prescribió analgésicos, el uso de un desinfectante tópico y descanso. Lo intenté, sin embargo, cuando la acción analgésica de las pastillas había pasado, me sentí desvalido frente a los dolores punzantes, rítmicos cada vez más fuertes como un tambor redoblante y desbocado dentro de mi cabeza.

Esa cosa crece y se transforma dentro de mí. Puedo adivinar su intención. Me tiene postrado acurrucado en la cama sin moverme. No pienso con claridad. Cualquier desecho que esa cosa produzca, afecta la sinapsis de mis neuronas y tengo la idea de que yo mismo me estoy convirtiendo en un inmenso ciempiés, un Godzilla con patas como ventosas y me arrastro por la selva, abriendo y cerrando mi boca con grandes dientes de sierra y mis manos como unas tenazas listas para engullirlo todo.

Hoy de pie frente al espejo pude finalmente verlo. Salió de mi cabeza una cosa peluda como un macarrón. Tan pronto lo hizo, se volvió a esconder dentro. Sentí su mirada estereoscópica, que imploraba que lo dejase vivir.

Claro que he intentado de múltiples maneras obligarlo a salir, aplastándolo con mis dedos, golpeando mi cabeza, aún intentando ahogarlo debajo del agua de la ducha, pero nada funciona, el monstruo se hunde más, sé que poco a poco ha ido tomando control de mis pensamientos y acciones.

La gente me mira horrorizada, me rechazan con natural repugnancia, salen corriendo al fijarse en esa cosa desagradable y monstruosa que sale, de vez en cuando, de mi cabeza.

Me han recomendado un sinfín de soluciones, pero no será tan fácil deshacerse del monstruo. Está instalado en mi cerebro. Al investigar sobre el tema, he comprendido que hay una fase de gestación de la larva, tal como lo hacen los demás insectos, acaso como las cigarras, las moscas. Para mi esto representa una eternidad.

Volví a visitar al médico. Frente a mi cuadro clínico, la única esperanza es una intervención quirúrgica urgente para remover al monstruo. Al comienzo pensé que podría darse una cirugía menor con simple novocaína y bisturí y listo, pero como van las cosas el monstruo se interna más y más en mi cerebro. Juega a crear laberintos más difíciles de explorar, lo que complica sacarlo. El tiempo corre en mi contra.

Hoy en la mañana en la tienda del pueblo, escuché de boca de un hombre indígena, sobre una mujer vieja que vive en lo interno del bosque junto a la laguna de aguas negras, me aseguró que es quien posee los secretos de la medicina del bosque.

Tomé una resolución desesperada. Me dirigí en canoa hacia la casa de la curandera quien, al ver mi caso, movió su cabeza en un gesto de negación. Se dirigió con paso resoluto a la espesura del bosque y regresó con un látex blanco sobre una hoja. Se acercó al fogón y lo mezcló con algunas cenizas, para hacer una especie de pasta que colocó sobre mi cabeza. Sentí como, en un acto de inaudita sobrevivencia, el monstruo se retorció de dolor y mordió con sus afilados y pequeños dientes mi cerebro. Me conmina a que lo deje vivir.

Lo reconozco. La cosa tiene autonomía propia. No saldrá de mí. Me lo ha dejado entender claramente. Ahora sale y entra a placer. Y para no molestarlo me he cubierto la cabeza con un sombrero.

SECUELA

Soy el alcalde del pueblo quien les habla. El individuo del sombrero se oculta tras las rejas de su ventana y deja ver sólo su rostro en las mañanas. Hace dos días que siento una picazón en mi cabeza, muchos en el pueblo han manifestado síntomas similares. Es posible que se trate de la misma cosa que le sucede a él. ¡Es su culpa! Con él empezó todo. Las trajo del bosque, que es donde viven. Imagínense que todos quienes estamos en esta condición tuviésemos que llevar en nuestras cabezas nuestro propio monstruo personal, un demonio visible que nos controla, sale y entra a placer de nosotros.

Según cuentan los que han visto, hay unas criaturas aladas que pican en la noche casi de manera invisible, entre las sombras, vuelan y se ocultan. Al comienzo son larvas desagradables y luego se convierten en unas monstruosas criaturas que viven a nuestras expensas.

Muchos creen que absorben el cerebro, que se alimentan no solo de carne, sino de nuestros propios pensamientos, tal como los demonios que habitan en la cabeza de los locos. Aunque nadie las ha visto dentro del bosque, sino tan solo ahora salir de nuestras cabezas. ¡Es hora de tomar acciones! Unirnos todos y buscarlos donde se ocultan para exterminarlos. Y sacrifiquemos al intruso que nos trajo la desgracia al pueblo. Todos armados de valor vamos a enfrentar a esos seres diminutos que nos invaden. Tenemos que atraparlos, con nuestros recursos, redes para insectos, papeles pegantes, si es necesario antorchas, linternas y lo que esté a la mano. Aunque aún no se ha logrado convencer a los que se muestran escépticos, es tanta la cantidad de estos seres y la velocidad con la que se reproducen sin fin, que cuando se den cuenta, será demasiado tarde.

Cada vez es más difícil saber si son ellos los que nos dan cacería, si son ellos o nosotros los que nos parecemos a ellos. Gusanos gigantes verdes y peludos como Godzillas con muchas patas y dientes enormes con manos como tenazas de cangrejos caminando, arrastrándose por el pueblo. Declaro cuarentena en el pueblo y evitemos comer insectos, para provocar la muerte de los seres infernales por hambre, antes de que ellos terminen con nosotros.

En medio de todo, detrás de los barrotes de la casa donde habita el individuo intruso, se observa caminar de un lado al otro de la sala a un gusano gigante, con un sombrero en la cabeza.


Marcelo Chávez

Es Arquitecto. Profesional del Turismo. Viajero incansable. Amante de la historia del arte y la fotografía. Lector ávido de clásicos de literatura universal y latinoamericana. Tallerista en Kafka Escritores. Publicó en Los que vendrán (2022). Aún buscando la última experiencia.

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