El cazador de serpientes – José S. Riofrío

Al pasar por un túnel de vegetación espesa, Isaac escuchó un leve ruido entre los matorrales. Detuvo la marcha y permaneció unos segundos sin moverse. Volvió a captar ruidos más continuos que parecían escapar del fondo de una gran cantidad de hojas secas. Era una sonaja misteriosa que se anidaba en los oídos del visitante.

Miró los alrededores, tomó una piedra de regular tamaño entre sus manos y la lanzó con fuerza, se produjo un movimiento casi imperceptible. No sabía si logró golpear al objetivo, pero ese ser (o lo que fuera), ya no volvió a moverse.

Isaac debía recoger leña por ese sector. El lugar era desolado. Algunas mariposas grandes, parecidas a murciélagos matutinos, lo recorrían con sus vuelos pausados. Solo se oía el murmullo del agua y el canto de las aves que alimentaban a sus hijos. Las moscas rodeaban el lugar, buscando espacios para posarse en los desechos. Depositarían en el estiércol grandes cantidades de huevos, que se convertirían en larvas. Miles de gusanos feos y bien desarrollados, con cerdas en sus lomos se arrastraban por el suelo. Muchos iban por debajo de las hojas que caían de los árboles. Otros subían por el tallo de las plantas y llegaban a las últimas hojas. Con el viento, caían y buscaban las heces para alimentarse. Todo eso era cotidiano para Isaac, pero aquel ruido no.

No había caminos de herradura para que transitara la gente con animales de carga. Así que andó media hora más hasta encontrar leña suficiente. Hizo un bulto grande, que pudiera soportar su espalda, e inició el camino de regreso a casa. El sol iluminaba con rayos fuertes, había polvo en el camino, el sudor mojaba su cuerpo. La leña fue consumida en la ardiente hornilla de la abuelita.

En los siguientes días, Isaac continuó pensando en los ruidos del bosque. Bien diferenciaba los sonidos de los animales y del viento, pero no reconocía aquel particular que había escuchado. Decidió contar lo sucedido a dos amigos de confianza.

Cuando se reunieron los tres amigos, acordaron concurrir al siguiente día. Salieron en la mañana. Los niños sabían que algunos espíritus malignos atacaban a las personas mal intencionadas, que si se los maltrataba a ellos, algún miembro de la familia podía enfermar y morir. Uno de los niños propuso que primero se debería realizar un conjuro con esencias fuertes, su padre decía que el macerado con aguardiente, más la pronunciación de algunas oraciones, lanzadas a las doce de la noche, hacía desaparecer a los espíritus malignos. Pero los otros dos esperaban encontrar un monstruo. Creían que aquel, podría ser la causa de las grandes inundaciones que se producían en invierno y que había cobrado tantas vidas.

A medio kilómetro del lugar,Isaac les pidió a los amigos que, al acercarse, lo hicieran en completo silencio. Se acercaron con mucho cuidado y se detuvieron a algunos metros de una cueva.

Un rugido se manifestó varias veces y el ambiente se tornó tenso. Salía de su guarida un aire espeso y caliente. De pronto, apareció una cabeza por entre las hojas y arbustos. No dejaba de rugir. Se escondía y levantaba, mostrando solo hasta la parte de los ojos.

–Es como la cabeza de un gato montés, ¡pero tan grande!

–Parece una inmensa boa.

El otro, que tartamudeaba, sólo pudo expresar:

–La cabeza es como la de un chivo tierno…

Los tres dieron media vuelta y, sobre la punta de los pies se retiraron despacito. La bestia no los había visto. Caminaron unos metros y entre sudores fríos, seguían comentando.

Pero ellos eran muy valientes. Resolvieron conseguir un trozo de madero grueso de tres metros de largo para atacarlo. Se ubicarían a unos metros de distancia y, ante el fuerte grito de guerra de Isaac, los tres lo atacarían con todas sus fuerzas, sin dar un paso atrás. Pero uno de los niños comenzó a temblar y se resistía a acompañarlos en la tarea.

Los otros dos le dijeron que estaban resueltos a todo y que no podía dejarlos solos. Ahora tenían la oportunidad de demostrar su real valentía. Sus padres estarían orgullosos de tener unos hijos tan valientes. El único objetivo era descubrir al monstruo para saber a qué clase pertenecía. De esta forma, los padres comprobarían que se habían convertido en hombres.

–¡Nos ubicaremos a cierta distancia –dijo Isaac.

–Hay que tener cuidado de no resbalar y caer por la quebrada.

El amigo más valiente, agregó:

–¡Yo estaré listo ante cualquier reacción del monstruo!

–¡Si nos ataca, lo enfrentaremos hasta atraparlo!

El otro, expresó temeroso:

–Si se lanza contra cualquiera, yo intentaré atacarlo…

Volvieron sigilosamente hasta la cueva del monstruo. Isaac contó pausadamente hasta tres y comenzaron el ataque. Mientras introducían la vara entre la hojarasca seca, el animal comenzaba a rugir espantosamente. Las hojas de la cueva se extendían cada vez más alto.

Los valientes guerreros continuaban el combate. Sentían que el suelo se hundía lentamente. Pero nada mermaba las ansias del ataque contra aquel ser macabro.

Con el grueso madero, sentían que lastimaban el cuerpo del monstruo, era como pinchar una boya dura y resistente. Seguían empujando el leño hasta que apareció un cuerpo informe, unos ojos voluminosos, de sus pupilas escapaban poderosos rayos de luz refulgente de todo color. Aquella luz los encandiló hasta oscurecer sus vistas.

Sin pensarlo, iniciaron una veloz estampida en la dirección contraria. Se recostaron bajo la sombra de un frondoso árbol milenario. Los corazones de los valientes cazadores palpitaban aceleradamente.

–Lo que hemos visto hoy, es algo espantoso.

–Mejor regresemos a casa, para solicitar ayuda…

–Me siento enfermo.

El monstruo había ganado la primera batalla.

Después de unos días, los tres amigos se volvieron a reunir. Esta vez lo hicieron con la presencia de sus padres, en casa de Isaac. Los niños recordaron los nefastos acontecimientos que vivieron junto aquel monstruo enfurecido. Los padres no querían creer lo narrado por sus hijos. Opinaban que esa clase de acciones no se han dado en ninguna parte del mundo y que tampoco podían darse allí. Pensaban que era el invento de una historia con la que trataban de impresionarlos. La madre de uno ellos dijo que no tenía tiempo para estar escuchando mentiras y que mejor se callaran. Otro padre dijo que a esa edad los niños fantasean cualquier tipo de cuentos para llamar la atención de sus allegados.

Los adultos daban diversos criterios para solucionar el problema. Decían que podría tratarse de alguna vivienda de boas. Que esos reptiles son sumamente peligrosos porque pueden matar a cualquier persona que se acerque. Una de las madres con otro criterio, decía que allí podría haber una familia de grandes armadillos. Aseguraba que estos animales prefieren habitar en suelos húmedos porque les gusta remover el suelo con el hocico.

Uno de los niños se había enfermado con histeria. Los médicos tratantes decían que se debía al exceso de nervios provocados por el ataque al monstruo. Los padres del niño estaban preocupados y suplicaban a los doctores que hicieran todo lo posible por salvarlo. El estado de ánimo del paciente decaía. No comía ni podía beber ninguna clase de líquidos. En pocos días la situación se iba tornando crítica. El cura acudió y dijo que era demasiado tarde. Solo le daría los santos óleos y que pediría a Dios que hiciera un milagro para salvar su vida.

Cuando ya era la madrugada, el enfermo había pronunciado unas pocas palabras: “Los espíritus dañinos han llenado mi cuerpo de mala energía. Ya no estaré con ustedes, pero seré el ángel de vuestra protección”. Al escucharlo, los padres casi se habían enloquecido de pena y dolor. Dándole abrazos y besos, despidieron al moribundo. El niño dio su último suspiro.

La gente del sector estaba conmovida por el deceso del niño. Lo acompañaron reverentes hasta el camposanto. La tumba había quedado cubierta de abundantes flores perfumadas. Los habitantes no entendían cómo se produjo la muerte del joven cazador.

Los adultos, preocupados por lo sucedido, se dejaron contagiar del nerviosismo. Recordaron la historia del monstruo del bosque. Era una coincidencia, pero ante la duda, acordaron buscar a su amigo, el experimentado cazador serpientes. Utilizaba la manteca de culebra para curaciones y preparaba la carne como alimento de las familias de su pueblo. Una delegación debía trasladarse para contactarlo, pues vivía en el suburbio de una ciudad no lejana.

La presencia del cazador de serpientes fue todo un suceso. Él les dijo que tenía que hacer un conjuro para limpiar los malos espíritus del lugar terrorífico. Además les pidió que nombrasen a cuatro hombres para que lo ayudasen en las diferentes maniobras. Los miembros de la comuna planearon el traslado hacia el lugar del monstruo. Junto con ellos irían los dos niños que conocían el lugar. Además, los acompañarían otras personas que deseaban conocer la verdad de los hechos.

Una vez que llegaron a la cueva del monstruo, el experto inspeccionó los alrededores. Alzó su mirada hacia los árboles más altos y observó que un águila estaba comiendo un ciervo que lo tenía sujeto en sus garras. Dedujo que el águila con el supuesto reptil, tenían un pacto de ayuda mutua. El águila le traía el alimento diario a la inmensa boa y la boa le daba protección por medio de otros reptiles pequeños que subían a proteger al águila en los árboles; consecuencia de ese intercambio, cerca al monstruo, había montones de osamentas y restos de ciervos, conejos, aves.

El experto y los ayudantes iniciaron el plan. El resto de gente se ubicó en los alrededores en completo silencio. A los pocos minutos, el monstruo feroz comenzó a rugir fuertemente. Aparecieron tres cabezas amorfas. Por los grandes ojos del misterioso animal, despedían destellos de luz brillante, tal como habían relatado los niños. También lanzaba llamaradas de fuego por la trompa. De los costados del voluminoso animal salieron unas ratas bien grandes y atacaron a los cazadores. Los animales se prendían de los trajes con sus dientes. Cuando les lanzaron un potente químico, huyeron del lugar y la gente tuvo que retirarse a mayor distancia.

No sin esfuerzo, tras una larga lucha, el cazador logró agarrar una de las cabezas y la amarró con cabos especiales. Hizo lo mismo con las otras dos cabezas que se movían de un lado para el otro. Aunque se cuidó de no ser mordido por los dientes afilados y venenosos del monstruo, el fuego de los ojos le quemaba la piel. La bestia había sido sometida, pero en un descuido, una de las cabezas del reptil, atacó el cuello del cazador y éste cayó muerto al instante.

Hubo gritos entre la gente y una tristeza que duró pocos segundos. Habían venido por la bestia y no podían arriesgarse a que se soltara. Para extraer el cuerpo, primero limpiaron la gran cantidad de hojas y plantas que había alrededor. Actuaban con la máxima precaución de no lastimarlo. Mediante movimientos pausados, poco a poco el voluminoso cuerpo iba apareciendo. Lo sacaron de la cueva a otro lugar más amplio y seguro. Se trataba de una inmensa boa que tenía tres cabezas y un solo abdomen.

Aquel animal, por haber vivido durante varios años junto a la humedad de la torrentosa quebrada. Algo en los ojos de la bestia sometida sugestionaba a todo el que lo veía. Los dirigentes de la expedición acordaron dejarlo en el mismo sitio. Pero antes mejorarían las condiciones para que la boa pudiera continuar viviendo en su propio hábitat. El municipio de la zona, también acudió para limpiar con máquinas toda la podredumbre que existía en torno al animal. El cuerpo del cazador de serpientes había sido entregado a sus familiares.

La noticia de este descubrimiento, pronto se difundió por las redes sociales y dio la vuelta al mundo. Muchos científicos y personas interesadas querían observar de cerca al animal. Deseaban estudiarlo y determinar cómo ha podido vivir y moverse, formado por tres cabezas. Algo nunca visto en la historia de la vida de esta clase de reptiles.

Algunos zootecnistas llegaron al lugar para darle apoyo logístico al monstruo. Además, para brindarle atención veterinaria y una alimentación adecuada. Este apoyo con servicios garantizarían la realización de estudios posteriores.

Pero hay que mencionar que todo el que entró en contacto con el animal, sentía un magnetismo extraño y, al poco tiempo, caía muerto como el amigo de Isaac.


José S. Riofrío

Tiene conocimientos de Filosofía y Ciencias socio-económicas. Ejerció la docencia en los niveles educativos primario y superior. Ha publicado el cuento “Maribel” en Los que vendrán (2022). Es miembro de Kafka Escuela de Escritores desde 2021.

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