A la carta – Hugo Dávila Quilumbango

El carro se dañó antes de llegar a la autopista. Mi amigo me dijo que no me preocupara, porque —según le contaron los habitantes del lugar—, en los alrededores vivía un hombre con una extraña habilidad para arreglar cualquier cosa que le pusieran al frente. “No te muevas. Ya regreso”, me dijo. ¿A dónde más podría haber ido? Durante la espera me distraje con los anuncios que colocan en los postes de luz. Las propuestas eran muy interesantes: “Amarres de amor, hechizos, endulzamientos y conjuros ancestrales”, “Tesis de grado en solo 3 meses”, “Terrenos a bajo costo”. Cuando iba por el sexto poste, mi amigo llegó en compañía de un hombre desalineado y sucio, que tenía unos profundos ojos azules y un hermoso cabello rubio que le llegaba hasta la cintura. Chequeó el motor y ayudado solo de una funda plástica y un poco de aceite logró que el auto encendiera. Antes de irse me dio algunas recomendaciones. Le pregunté por el costo del servicio. Muy humildemente me dijo que se conformaba con lo que le diera. Era de esos tipos a los que hay que sacar las palabras con cuchara. Le di todo el efectivo que cargaba y me dispuse a regresar a casa junto a mi amigo, a quien le escuché decir:

—¿Quieres oír una historia? 

No podía usar la radio, así que le dije que sí sin dudarlo, porque si algo tenía de bueno mi amigo, era esa extraña habilidad de contar historias de la nada. Lo que hacía sospechar que todo lo que contaba no era del todo cierto:

—Un matrimonio, de esos a conveniencia, quería un bebé, pero no cualquiera, quería uno en especial. Fueron hasta la clínica de la doctora Flag, una mujer que aseguraba ser una experta en el campo de la genética. Les explicó que las náuseas, los gases, los clásicos pies hinchados y el insoportable sueño, eran cosas del pasado. Con su innovador método, no solo podía controlar los estragos del embarazo, sino también escoger los rasgos físicos y emocionales del futuro ser humano, como si se tratara del menú de un restaurante.  

—¿Hay lugares así? —le pregunté. Confieso que siento algo de placer al ponerle en aprietos.

—Claro… pero todavía son clandestinos.  

Puse mi clásica cara de sorprendido y le pedí que continuara:

—Por aquellos beneficios, únicos en el mercado, la pareja pagó harto billete. Pero ese matrimonio podía darse esos lujos. En la consulta, la doctora Flag les preguntó lo siguiente:

—¿Color de ojos? 

»—Azules —respondió la futura madre, sin siquiera pensarlo.

»—¿Qué tan azules quiere?

»—Profundos, como el cielo.

»A la doctora Flag no le complació la respuesta, hay muchos tonos de azul, así que le extendió un catálogo que tenía imágenes de iris de ojos en distintas tonalidades de azul, debajo de los cuales había un código entre numbers and letters.

»—Este —señaló la mujer.

»—¿Cuál es el código? 

»—¿Código?

»La doctora Flag se levantó de la silla y los señaló. Como llevaba escote, al futuro padre casi se le salen los ojos. La futura madre le pegó tal patada en la espinilla de aquel pobre hombre que no dijo ni pío en toda la consulta. 

»—AZ489.

»—Listo —dijo la doctora y tecleó en su computadora—. ¿Color de piel?

»—Blanca.

»—¿Qué tan blanca?

»—No tengo ni idea —dijo la futura madre. 

»La doctora Flag le extendió otro catálogo.  

»—Este —dijo. 

»—¿Cuál es el código?

»—BL695 

»—¿Tipo de cabello?

»—Rizado.

»—¿Qué tanto?

»—No sé.

»La doctora Flag le extendió un catálogo más, esta vez con imágenes con distintos tipos de cabello.

»—Este —dijo.

»—¿Código? 

»—RZ321  

»—Perfecto —dijo la doctora y volvió a apuntar en su computadora».

Comencé a dudar de la veracidad de la historia, pero estaba tan entretenida que no interrumpí. 

—La futura madre, con ayuda de catálogos, decidió el color de ojos, del pelo, la forma de la nariz, la forma de las cejas, la forma y el grosor de los labios, el tamaño y forma de las orejas, de las pestañas y la estatura.

—¿Alto? Me imagino —pregunté con algo de ingenuidad.

—Altísimo. ¿Quién quiere por hijo a un enano?

Tenía toda la razón.

—Cuando la doctora Flag hizo todas las preguntas necesarias, se percató de algo:

»—El niño no se parecerá a ustedes. La gente va a pensar que usted, mi señora, se estaba divirtiendo con todos menos con su esposo.

»—Me importa un carajo —respondió ella—. Siempre quise tener un hijo blanco, alto y con ojos azules, punto.

»—No se diga más, entonces —y volteó la pantalla de su computadora—. Así se verá el niño a los 6 meses de edad, así a los 3 años, así a los 6 y así a los 12. 

»—¿Puedo ver una imagen de cómo se verá a los 18? —preguntó la mujer un poco ansiosa. 

»La doctora Flag le advirtió que los resultados podrían variar por acción de la pubertad, pero se comprometió para la segunda consulta, tener una imagen aproximada del baby a los 18 años.  

»Hasta ese momento solo la futura madre había escogido los rasgos físicos que tendría el niño, lo que confirma la idea de que si el niño sale bonito es porque se parece a su madre».

Por la broma pesada, mi amigo se hizo acreedor a un puñetazo en el brazo, lo que casi me hace salirme del camino.   

—Fueron por los rasgos emocionales. Pero no pidieron que el niño se convierta en un adulto funcional, con una personalidad amigable y afectuosa. No, para nada, la futura madre pidió que el niño tuviera súper inteligencia. Einstein y Newton juntos. A los padres les gusta colocar en sus hijos todas sus frustraciones. La doctora Flag advirtió:  

»—La súper inteligencia está íntimamente ligada con la locura. Muchos genios terminaron sus vidas en sanatorios mentales. Van Gogh, Maupassant, Jhon Forbes Nash, Howard Hughes, por nombrar algunos, terminaron sus días encerrados. ¿Les preocupa eso?

»—¿Se puede hacer algo? —preguntó la futura madre con preocupación. 

»—Se puede, se puede —aseguró la doctora muy poco convincente—. ¿Quieren que el niño sea obediente?

»—Por supuesto.

»—¿Que llore poco?

»—Casi nada.

»—¿Les molesta los berrinches?

»—No los aguantamos. 

»—No hay problema —dijo la doctora—. Eso se puede arreglar —y les extendió la mano para cerrar el negocio.

»Pasaron los 9 meses que dura el embarazo. La futura madre no sintió los estragos. Nació en efecto un niño blanco, con profundos ojos azules y el pelo rubio. Era perfecto, casi un ángel. Sus padres se sentían orgullosos. Lo nombraron Fabricio, en honor a uno de sus abuelos. 

»Para cualquier padre o madre, los primeros 6 meses resultan agotadores; pero esos padres apenas si sintieron el trajín, porque el bebé no se enfermaba, tampoco se escaldaba por el uso del pañal, dormía mucho y comía todo lo que sus padres le daban.  

»Pero la garantía del producto solo duró 6 meses. El niño empezó a escaldarse. Es que esos padres no tenían ni idea de que había que cambiarlo con frecuencia. El pobre chico lloraba días enteros. Probaron con diferentes marcas de pañal, pero ninguno le sentaba, así que optaron por usar pañales de algodón, que les dio buenos resultados. 

»El adorable niño empezó a enfermarse. Cierta comida le hacía daño. ¡Tenía unos cólicos de miedo! Esa familia prácticamente vivía en el consultorio del pediatra, quien les mandó una estricta dieta, que cuando no la obedecían sufrían noches enteras sin pegar un solo ojo. 

»El chico, a pesar de todo, fue creciendo. Llegó a cumplir los dos años. Empezaron los temibles e insoportables berrinches. Ninguno de los dos padres estaba capacitado para ello. Terminaban sentados en las veredas sin saber qué hacer. Perdían con frecuencia la paciencia y se sentían juzgados por todo el mundo. 

»Varias veces fueron hasta la clínica de la doctora Flag para reclamar la garantía, pero en lugar de la clínica, encontraron un almacén de productos naturales. No tuvieron otra opción que cuidar al niño a la vieja usanza. Y eso exige tiempo. Se descuidan ciertos detalles, como la intimidad con la pareja. A eso hay que sumar que, como ambos no dormían, envejecieron pronto. Ninguno de los dos se esforzaba por verse bien. Apenas la madre presentía que el padre quería intimidad, se molestaba. Ella prefería dormir. Y como el padre no obtenía lo que quería, fue a buscar, en otras mujeres, lo que no le daban en casa. Ese tipo se acostaba con lo que se movía. Más temprano que tarde la esposa se enteró y el matrimonio a conveniencia terminó en divorcio.

»El padre de Fabricio se fue de la casa. La madre sufrió una terrible depresión que la postró en cama, pero encontró consuelo en aquel niño de catálogo que había ordenado. Cuando el chico cumplió 6 años, los rasgos de inteligencia superior se presentaron. Caminaba de puntillas por toda la casa, evitaba a toda costa el contacto visual y decía lo que pensaba sin ningún filtro, lo que molestaba a todos quienes se le acercaban. 

»Varias veces le confesó a su madre que escuchaba voces que le decían lo que debía hacer. El chico mató al perro y cocinó al gato. Leía por horas y encontraba placer en desarmar cosas para volverlas a armar. 

»Perdió el sueño. Caminaba por toda la casa en horas de la madrugada tratando de responder todas las preguntas que le hacían esas voces que él escuchaba. Una madrugada, mientras su madre dormía, una de esas voces le ordenó que se fuera de la casa  cuando cumpliera los 14 años.   

»La madre lo buscó por todos lados, pero no lo encontró. El padre hizo lo mismo, pero con menos ahínco. Usaron todos los métodos posibles para dar con él, pero se borró del mapa. Lo cruel de todo esto es que la madre recibía constantes llamadas de gente que afirmaba tener información de Fabricio, pero esa información tenía un precio muy alto, lo que hizo que perdiera la esperanza y su pequeña fortuna. Se dedicó a la bebida y murió de pena».

—Qué trágico —afirmé.

—Sí.  

—Todos creen que ese niño a la carta, con ojos azules, pelo rubio y gran inteligencia, es aquel callado tipo que te arregló el carro. 

—No puede ser. ¿Cómo se llamaba? —pregunté.

—¿Quién?

—¿El tipo que me arregló el carro?

—Patricio.

—Suena igual que Fabricio.

—Sí, suena parecido. Pero toma en cuenta que Fabricio escuchaba voces y decía las cosas sin ningún filtro. Ese tipo apenas si habla.

—Tienes razón —le dije algo cansado. 

Nos detuvimos en el primer pueblo que encontramos. No apagamos el motor, obedientes de lo que nos recomendó el callado sujeto. Mi amigo fue al baño de la gasolinera. Hasta su regreso, me distraje otra vez con los anuncios de los postes de luz. Las propuestas seguían siendo interesantes, pero una de ellas me heló la sangre. Era apenas perceptible, porque otros anuncios de papel le fueron colocados encima. Lo único que pude leer fue: “Tenga hijos a la carta”.


Hugo Dávila Quilumbango

Aborda temas complejos y cotidianos a través del humor. Sus cuentos han sido publicados en varias antologías: Cuentos para soñar con un Ecuador pospetrolero (2021), Desde otros ojos (2022), La condena (2023) y Entre risas y caos (2024). Es comunicador organizacional y activista por los derechos humanos.

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