Por mucho que se ha intentado, aún no se consigue el material que obvie el paso del tiempo, igual se acumula el polvo, igual se le oscurecerá y se le manchará la piel; por muy porcelánica que sea, finalmente, de tanto lustrarla, se amarillará y cuando la cubramos con una urna, para que nada la toque, para que no toque nada, entonces se oxidará. Ni siquiera allá en el espacio puede haber muñecas eternas.
La nueva llegará pronto y se oxidará lo mismo, por mucho que me esmere o aunque nunca la saque de su envoltura, aunque jamás la estrene, ni se la enseñe a nadie. Y, aunque ahora las hacen mejor que antes, aún siguen envejeciendo sin remedio. Lo bueno de la nueva tecnología es la variedad.
Ahora pueden darnos exactamente lo que deseamos. No entiendo por qué la mayoría de la gente pide muñecas de diseño popular y estandarizado, cuando pueden ser creativos y obtener cualquier imagen que soliciten, podrían desear ángeles o monstruos. La mayoría no se complica, simplemente selecciona del catálogo la holo que prefieren y, a lo sumo, de vez en cuando, piden que se les cambie el color de los ojos, casi nunca el del cabello.
Pocos, bastante pocos son los sofisticados. Esos que en sus solicitudes piden especialidades de funciones exquisitas. Recuerdo las miles de solicitudes que me llegan; y véase que me llegan cosas, pero yo me digo que estoy para organizar, contar y agrupar coincidencias del gusto y no para juzgar las necesidades de los solicitantes; recuerdo, decía, una solicitud que estrictamente detallaba códigos de estructura genética, no hablaba del color de las mejillas, ni del brillo de los dientes, ni la capacidad memorística, nada de eso. Debió ser un técnico estructuralista, creo, que pedía, por ejemplo, pares 74 bn del 2356 al 2390 reemplazados por secuencia de memoria onírica. Pedía la sustitución de cuatro columnas enteras (propiamente identificadas) de referencias afectivas, que marcaban patologías intestinales. Pedía remover la información básica ancestral, que es casi un delito, una anulación de instintos de especie, AIE, recientemente despenalizada por el Consejo. Pedía códigos de estructuración que yo ni conocía, pero como sólo estoy en lo de las preferencias y no en codificación las transcribí literalmente. Por mi experiencia, puedo decir que la solicitud pretendía algo más que un juguete compañero. Tal vez un experimento continuo en búsqueda de la perfección, el pobre.
Las mías son igualitas a mí, siempre lo han sido, siempre he solicitado la duplicación de mi código. Desde niño, jamás acepté el ridículo ángel de la guardia que nos imponen. No sé bien por qué, pero desde criatura sentía la necesidad de otro yo para sentirme completo. Detesto a los de la manía didáctica, que se pasan la vida solicitando réplicas de grandes sabios y científicos con refuerzo exclusivo en los pares de la capacidad pedagógica. Son tan obvios al manipular sus reuniones para que en el momento preciso cuadre bien la broma y presentándonos la imagen viviente de la discusión nos digan: “Remontémonos a la fuente”. Gente tan altanera, que aun teniendo muy cerca el conocimiento, permanecerá ignorante. Confunden su arribista arrogancia con sofisticación, y se equivocan, al igual que los comunes, fallan el uso y terminan siendo esclavistas.
Yo nunca ordeno a mis muñecas hacer nada. Son ellas, cada una a su tiempo, las que me han solicitado servicios; además, es para eso que las he pedido. Quiero cuidarlas, verlas felices, que me acompañen, que me complementen y totalicen, por eso es que las quiero igualitas a mí, para tener la paz que da saberse acompañado de uno mismo, y lo digo, soy diferente y no soportaría una yemenita 316 que sólo sonríe cuando está de rodillas. No podría ni pensar en solicitar una polifuncional, de esas a las que se encuentra con la misma mirada perdida, en todas las filas de los mercados. No señor, yo quiero cuidarme a mí.
Mis muñecas duran siempre más allá de la garantía y es por eso que me las he quedado sin tener que reciclarlas por agotadas. Además, es fácil desprenderse de cualquier prototipo de moda, a sabiendas de que si lo entregamos aún en funcionamiento, sus partes serán reutilizadas y podremos recibir de inmediato otro igual o cualquier estándar catalogado. Imagínense como yo, con qué corazón me desharía, o lo que es peor, reciclaría mis propias instantáneas tridimensionales. Al contrario, yo ya he tenido siete y tan sólo mis dos primeras han cesado totalmente sus funciones y las he guardado en sus respectivas urnas para que adornen mi estudio. Las otras cinco reposan tiernas en un closet acondicionado. Me encanta regresar a ellas de vez en cuando, y aunque sólo la última conserva el habla, vuelvo a ellas a contemplarlas para que satisfagan curiosidades de la memoria. La que pedí cuando cumplí diez y nueve años es a la que más recurro, solamente a pedirle que me sonría. Sí, que cosa, ¿no?, la separo de las demás, la siento frente a mí y la peino y la lavo y le cuento chistes colegiales y la veo, a veces, ruborizarse y entonces, se lo pido y, agotada e ingenua, me sonríe. Yo lloro muerto de la felicidad.
En esta última solicitud me he atrevido a hacer un cambio nada más, al que llevo posponiendo por doce años. Sé que sigue siendo prohibido para los que pedimos réplicas de nosotros mismos, pero desde mi posición nadie podrá rastrear la alteración. Me quiero a mí, otra vez, el mismo, treinta años mayor. Aprenderé a respetarme sin asco, a venerar mis propias canas, humectar arrugas y asumir miedos. Cuidaré de antemano el fin y honraré todo paso que demos. Quiero alimentar mi futura memoria.
Sé que aún siguen vedadas las prospecciones del futuro genético, pero sé también que son perfectamente posibles. Temo que el hecho de contemplar un yo que no conozco me produzca un choque que termine cambiando mi destino. A lo mejor me saltan fundidos un par de pares por allí, dando rienda suelta a las tendencias esquizoides sicopáticas. No lo pensaré más. Sólo sé que no podré posponer más mi encuentro con las manchas y el óxido, quiero ser yo mismo el que se coma la ciruela. Quién sabe, quizá sea entonces el momento de la muñeca y sea ella la que me siente frente a sí misma para preguntarme por estos días cuando yo quería que mi muñeca fuese siempre igual a mí.
Juan Carlos Cucalón
Escritor y dramaturgo ecuatoriano. Su obra se caracteriza por la agudeza narrativa, humor mordaz, y exploración de las identidades sexuales y de género. Ganador de premios como la Bienal de Cuento Pablo Palacio y el Concurso Nacional de Literatura Luis Félix López. Ha sido celebrado por su originalidad, manejo del lenguaje y construcción de personajes queer. Su literatura es un testimonio lúcido y provocador de las tensiones culturales y sexuales de América Latina.
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